A dos metros metros de distancia, por favor

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

25/04/2020

J. Cabezas-delaroche


 

El otro es el enemigo. Así se nos presenta.

Se nos permite  y se nos obliga a alejarnos del otro bajo pretexto de evitar el contagio. Se controla al sujeto restringiendo su libertad bajo la excusa de estarlo protegiendo… so pena de castigo cabe recordar.  Absolutismo en su máxima expresión. Se pretende el control total de la población y se establece el encierro como lo normal. No hay otra forma de hacerle cara a la pandemia, al contagio. Ver, tocar, abrazar, besar, ser con el otro está limitado, por no decir prohibido. ¿Cómo prohibir lo que históricamente se ha presentado como “natural” al humano? Somos gregarios decía Freud, pero al parecer no en el siglo XXI. No en el 2020; no en los próximos 18 meses dicen “los expertos”.

Hoy por hoy tenemos que alejarnos para “salvaguardar” al otro. Suena casi poético, hasta que se piensa que no es que queramos proteger al otro de uno mismo, es que el otro es peligroso para uno. Entonces no se puede ver, tocar, abrazar ni siquiera saludar porque cómo, si cada uno es un agente potencial de contagio y el pequeño círculo de personas con lxs que estxs conviven. Estamos ante una situación donde el otro es enemigo; donde “me puede matar” sin proponérselo, y el control político del cuerpo que se encierra en cuatro paredes parte de este precepto: “cuídese”, “stay home, stay safe”, “juntos saldremos de esta”, “cuidarme, es cuidar a los otros”, “lávese las manos”, y toda una serie de frases que se repiten constantemente para que la gente lo interiorice. 

Ahora, no es que no se deban tomar unos procesos protocolarios de higiene, pero en ese afán de establecer medidas de control total sobre los sujetos con el fin de evitar la propagación  del -temido- virus, habrán consecuencias  a corto y mediano plazo de otro tipo que seguramente estén relacionadas con este aislamiento social y que parece que se estuvieran tomando a la ligera. En algún punto de esta situación habrá que repensar las medidas biopolíticas que se nos exigen.

Bien lo dice la activista boliviana María Galindo: “ Que la muerte no nos pesque acurrucadas de miedo obedeciendo órdenes idiotas, que nos pesque besándonos, que nos pesque haciendo el amor y no la guerra. Que nos pesque cantando y abrazándonos, porque el contagio es inminente. Porque el contagio es como respirar. No poder respirar es a lo que nos condena el coronavirus, más que por la enfermedad por  la reclusión, la prohibición y la obediencia