Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

4/03/2020

Por: Andrea Marea


 

SER MUJER LIBRE, UN BIEN QUE SE PADECE Y UN MAL QUE SE DISFRUTA

Durante mucho tiempo la historia de la humanidad ha enmarcado nuestro sexo, como el sexo débil; y ha construido la categoría de género femenino como un deber ser. La historia lleva consigo una fuerza social y cultural de lo que es ser mujer y de lo que tenemos que ser física, mental y hasta espiritualmente.  Los movimientos feministas en todo el mundo se han matado el lomo para que entendamos que este mes, el llamado “mes de la mujer” o “el día de la mujer”, no es una celebración, sino una conmemoración.

Hoy en día podemos decir que algunos cuantos -más de la media- lo han venido incorporando en el discurso, y con ello podemos decir que ya hay más notoriedad sobre el lugar de lo femenino y sobre el 8M, como lo expuso el movimiento generado a nivel mundial el performance Un violador en tú camino. 

No obstante, aún no hay victoria. Primero, porque esto no es un juego de ganar (aunque muchos y muchas todavía no les queda claro), y segundo, porque así lo sea, ese lugar notorio está lleno de vacíos sin respuestas que no reflejan cercanías a la pregunta real y consciente sobre ¿Qué es el poder femenino? ¿Qué es una mujer libre? O mejor aún ¿Qué es ser mujer? Y es que las respuestas a estas preguntas no se adquieren cambiando la palabra celebración por conmemoración, pensando positivamente, o poniendo en vallas publicitarias a más mujeres diversas. La respuesta a estas preguntas pasa por un poder estructural que a muchos aún les cuesta entender (esos mismos que no le encuentran sentido al performance Un violador en tú camino), y que no solo depende de la individualidad y la voluntad de cada mujer de querer ser libre de los esencialismos de la cultura, sino que debe pasar por una consciencia colectiva que tramite esas decisiones de las mujeres que actúan desde su libertad. Es decir, de nada sirve romper las barreras socioculturales cuando la misma estructura social nos sigue oprimiendo. Debemos derrumbar el moldeado de las etiquetas y roles impuestos sobre el ser madre, hija, esposa, amiga y hermana, que han generado jaulas en las cuales muchas mujeres se sienten atrapadas; no porque no quieran asumir estos roles establecidos por la “esencia natural”, sino porque sostener las formas de lo que una sociedad tradicionalmente machista  y discriminatoria espera, recae sobre nuestros cuerpos físicos y mentales haciendo que nos sintamos incómodas en nuestra propia piel. 

Ser mujer es un acto de devenir, es un suceso continuo que se da y se es. No se piensa y luego se es mujer, o se es mujer y luego se piensa. Es una avenencia entre el ver, pensar, sentir y actuar, de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro. Ser mujer conlleva un acto de coexistencia  entre la dimensión física o sociocultural (lo que se ha construido históricamente) la dimensión mental (lo que creemos desde nuestros pensamientos) y lo espiritual o energético (lo que se es), en el cual es imposible hablar de alguno sin amparar otros. 

La mujer libre es creadora. Parte de la nada para moldear algo a su voluntad, y luego de haber engendrado tiene potestad sobre sus instauraciones. Es ella quien inventa y modifica las reglas, leyes, tiempo y espacio de cada mundo que recrea. Nada llega a ser sin ella y todo está en ella. La mujer libre crea absolutamente la obra en sus dimensiones, escenarios, personajes y define las relaciones entre ellos.  La mujer libre también es arte, y al ser arte implica la conexión de todos los sentidos en el proceso de creación. Por lo tanto, se convierte en una indagadora que explorar el mundo para dejar de domesticar la vida con sus hábitos, porque sabe que su existencia es algo mucho más fuerte que ellos mismos.

En definitiva ser mujer y liberarse, es un don, y no cualquiera, porque como diría Truman Capote “Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación” .