Anotaciones sobre la creatividad

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9/07/2020

Aileen «Leen» Posada


 

«Saber de algo no sirve mañana, lo que hace falta es imaginar. Imaginar es más fuerte que saber. Imaginando es como llegaremos a entender lo que sabíamos” (s.a; s.f)

Me dispongo a escribir esto, no sin antes experimentar una nueva batalla con la hoja en blanco; en el ritual previo a la ejecución de un texto o expresión premeditada, es inevitable cada etapa: La duda, intimidación, ansiedad, tanteo, borrón, tanteo… hasta que “dejarse llevar” parece una buena opción. Así funciona lo creativo en la mayoría de los casos, quizá a veces se tome un poco más de tiempo y otras salga como un chispazo instantáneo, pero la intención creativa siempre incuba una duda y las dudas, naturalmente, nos generan ansiedad. Se nos olvida que toda esa serie de emociones que se han satanizado por años y  sentenciamos como “malas o negativas”, nos dan la entrada para hacer obra tanto en el lienzo como en nuestras vidas; y precisamente la creatividad, en esencia, está en la capacidad de tomar decisiones, soluciones, respuestas. 

En mis clases y casi a diario recibo mucho comentarios como: “Es que yo no soy creativo, soy más matemático”, “me falta creatividad”; “algunas personas tienen capacidad creativa y otras no”. Son curiosos los mitos actuales que hay sobre la creatividad, como si fuera una especie de don recibido por sólo unos cuantos afortunados, cuando en realidad es algo que por esencia humana nos corresponde tanto como nuestros impulsos destructivos. 

Este pensamiento tiene un origen desde la antigüedad: los Helenos definían la creatividad como un capricho de los dioses. La divinidad elegía a algunos mortales que sirvieran como un medio: recipiente vacío para recibir la inspiración divina que permitiera al elegido generar nuevas ideas y desarrollar obra. Platón sostenía que el poeta era un ser sagrado que acompañado por las musas lograba, bajo su dictado, dar a luz la obra. El concepto sobre creatividad, como todo concepto, ha mutado con el contexto, el cual depende de la percepción que se tiene sobre la relación que el ser humano ha tenido con su existencia y entorno; en la antigüedad todo fenómeno se le atribuía a los dioses y, ¿qué son los dioses más allá de ser una respuesta de impacto creativo a una serie de inconsistencias que no comprendemos sobre nuestra condición humana? Desde aquí podemos decir que se sostiene el mito de que algunas personas son creativas y otras no; aunque posteriormente, en otros periodos históricos, está idea se ha ido descartando para exponer que el hombre no es objeto del destino o designio divino, sino de su libre albedrío. Sin desechar esta bella historia de los Helenos, porque me es simpática y tiene algo de verdad, la creatividad es un ejercicio espiritual si se comprende lo espiritual como la búsqueda del ser. La creatividad es una facultad humana; depende de nosotros mismos el desarrollo de esta en nuestras vidas.

Hay un ejemplo que siempre me gusta evocar cuando surgen estas discusiones y es el ejercicio de la mentira: todos hemos dicho mentiras, todos nos hemos visto en apuros alguna vez y para salirnos de allí comenzamos a tejer una narrativa coherente que, aunque no haya pasado, allí emerge como una solución a un problema. Esta narrativa tiene un escenario, personas y diálogos, producto de una ficción de su creador/artista – el mentiroso. Aquí podemos entonces comenzar a romper esa idónea estatua que se le ha hecho a la creatividad. Quizá no la vemos porque nos cuesta un poco asimilar lo que sentimos en el momento en que fluye, o naturalizamos a tal punto el acto creativo que ya no nos es visible. 

“Autopsicografía

El poeta es un fingidor.

Finge tan completamente

Que hasta finge que es dolor

El dolor que de veras siente.

 

Y quienes leen lo que escribe,

Sienten, en el dolor leído,

No los dos que el poeta vive

Sino aquél que no han tenido.

 

Y así va por su camino,

Distrayendo a la razón,

Ese tren sin real destino

Que se llama corazón”.

– Fernando Pessoa

¿Cuántas ideas no pasan por nuestra mente de situaciones que en realidad no están pasando?, ¿no es recurrente imaginar el peor escenario de una situación que no es en sí misma tan poderosa como nuestra imaginación?; ¿cuántas veces construimos en nuestro imaginario un sin fin de experiencias que no hemos vivido? Y, ¿cuántas veces lo que hacemos no es más que una reacción de aquello que imaginamos? He ahí lo creativo; hacerlo consciente es importante para redescubrirnos y para separar lo artístico de lo real. Es lo que hace que el arte comience a dar pie a nuevas realidades y que la realidad siga siendo lo que es. Recuerdo en una entrevista a David Lynch en la que habla sobre el impacto emocional que tantas veces se desencadena en la vida y se vuelve enfermizo, mientras que en el arte se vuelve una materia hermosa cuando evidencia esa carga emocional, sublime tanto para el artista como para el observador.  Este es el ejercicio de hacer consciente lo creativo y depositarlo en donde nos permita desplazar nuestras pulsiones humanas  y hacer obra a partir de ello: la sublimación.  ¿Para qué? Pienso que la función principal es sobrellevar la existencia y dar una respuesta al mundo o a nosotros mismos. Lo creativo puede no ser esencialmente un fenómeno divino, pero sí salva vidas; “sí es un consuelo para los perturbados” (Banksy); nos da una vía de escape y nos permite inventar, fingir o idearnos otros caminos más allá de los que nos acontecen.