Masái, una propuesta de tejido cultural

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15/04/2020

Marcela Mejía Cuevas


 

En estos tiempos de cerrar las puertas y mirar dentro, da la sensación de que a ratos lo único que tenemos que limpiar no es la casa, ni las cositas que se llenan del polvo bogotano que además siempre parece infinito. Da la sensación que mirar dentro es también empezar a sacudir el polvo que hemos venido acumulando en el afán de los días que antes de hacer esta pausa, se iban sucediendo de manera casi automática. 

En este ejercicio de levantar y barrer, se va dando uno cuenta que de pronto algunos colombianos, más de los que quizá yo pensaba, que igual fueron levantados en el trajín de una guerra medio muda, medio sorda y medio ciega, tienen todavía las ganas y el coraje de construir, de tejer, de reinventarse para que algún día ese enorme esfuerzo, tal vez de poquito en poquito, nos vaya transformando a todos el imaginario que tenemos tan arraigado en nuestras costumbres a causa de tantos años de violencia. 

Pienso entonces en la gente que me rodea, por elección y por circunstancia, y en la tarea que han venido haciendo todos estos años desde su oficio y con las herramientas que ellos mismos han ido puliendo sobre la marcha. Pienso en la música como ese oficio, o más bien esa herramienta que nos da eso que tanto necesitamos acá que es la oportunidad de reinventarnos, de construir y de no arrastrar identidades que nos fueron heredadas a la fuerza y que llevamos con peso y resignación. 

***

Masái como colectivo, nace justamente de eso, de las ganas de tejer y de construir, de apostarle a la música improvisada como un instrumento para transformar y redefinir constantemente lo que somos y lo que hacemos; lo que nos representa y nos identifica como individuos y como comunidad. Entender que una manifestación cultural como esta que se mantiene a sí misma en constante renovación, puede ser la herramienta de un pueblo para que su identidad se construya y se mantenga vigente en un contexto real y actual. Es entender que tenemos la posibilidad de reconstruir ese colectivo violento que tal vez nos ha definido a todos los colombianos durante estos años y que tal vez nuestras raíces deban nutrirse también de aguas frescas. 

Cuando la gente habla de jazz en un país como este, siempre habla desde un lugar distante, con palabras grandes y como si atesoraran una rareza. Como si los músicos pusieran su música dentro de una vitrina en un lugar muy alto donde tal vez, con algo de suerte, alguien que vea bien pueda llegar a apreciar.  Entonces en los artículos empiezan a nombrar personalidades y a repartir méritos y aprobaciones dejando otra vez a los intérpretes lejos de su audiencia, pero más lejos todavía de su verdadera búsqueda. Es posible que los medios y la misma gente haya hecho que el jazz en Colombia se asuma como algo pretencioso, y en gran medida puede que lo sea, pero seguramente no de la manera en que lo abordan, sino porque sí resulta pretencioso transgredir la tradición, empujar los límites de lo que se conoce y lo que enmarca cada género musical. Y es por esto que cuando hablamos de jazz no podemos hablar de un género, o determinado estilo, sino de una manera de asumirse en la música; una manera de estar en el presente, y de usar ese presente como vehículo de creación y transformación. 

El esfuerzo de nuestro colectivo apunta también a cortar esa brecha que se ha creado entre el jazz y la audiencia pensando que quizá es una música para cierto tipo de gente o determinados contextos sociales. Nuestra historia es sencilla, sencilla como la historia del jazz en nuestro país, que sí, es una música que se importó de afuera en el siglo pasado, pero que me atrevería a decir que hoy en día es el resultado de una búsqueda de una voz propia, de algo que se mueve y que muta, como la urbe y como la gente. Es una música viva donde puede no haber pelea entre las raíces y las transformaciones, donde podemos mantenernos vigentes (que es tal vez una de las tareas apoteósicas de la humanidad). 

Masái nació porque varios músicos que llevan bastantes años en la escena nacional, pensaron que ya era hora de tejer, de unir esfuerzos y expandir los alcances de todos. Por eso, en el 2016 creamos un catálogo y una página web donde se encuentran las bandas que se han gestado aquí en Colombia y que tienen en común esa exploración de la música improvisada, esas búsquedas. Lanzamos también nuestro sello y desde entonces tenemos nueve producciones discográficas y algunas más en camino. Tratamos de mantenernos en actividad constante y fortalecer los vínculos con la audiencia y con los estudiantes de música, que han sido un apoyo fuerte, a través de producciones audiovisuales como sesiones en vivo y pequeños datos educativos de varios de los músicos que hacen parte del catálogo. Hemos gestionado y producido tres festivales que han venido creciendo progresivamente y esperamos poder ejecutar un cuarto en cuanto haya pasado la emergencia que nos aqueja. 

Nuestro colectivo es en resumen, un espacio para que los colombianos reconozcamos y entendamos la pluralidad de nuestras voces y la necesidad que tenemos de estar en constante transformación. Un espacio para disfrutar de la música que nace como consecuencia de un país en el que convergen muchas cosas que a veces parecen no tener un hilo que las una y luego escuchamos uno de estos discos y nos damos cuenta que quizá sí, que hay un hilo que va conectando delicadamente todo lo que somos y lo que hacemos.