19/03/2020
J. Cabezas-delaroche
En este mes y continuando con nuestro interés de hablar como mujeres sobre mujeres, queremos hablar un poco sobre el cuerpo femenino y hacer una breve aproximación a una de las obras realizadas por la artista argentina, Liliana Maresca

El [no] lugar que ha tenido la mujer a través de la historia ha sido variado, polémico, controlado, “permitido”, callado, borrado. La supuesta independencia de la mujer ha ido de la mano con su degradación en diferentes momentos de la historia. Se ha hablado de una mujer independiente social, económica y familiarmente, al tiempo que también se le ha dosificado y reducido a un objeto de reproducción. Ella ha sido la encargada de la “economía familiar”, pero sobre todo, la encargada de la reproducción de la especie.
Tanto la mujer como su cuerpo se han visto atravesados por distintos mecanismos de control y discursos hegemónicos construidos y [re] producidos por instituciones como el clero o el Estado. Si en algún momento del siglo XIII a las mujeres se les permitió vivir solas o en comunidades sin presencia masculina, un par de siglos después, bajo razones que rayaban en lo misógino, se supervisaron sus acciones, se controló su vida -o muerte-, la sexualidad fue considerada vergonzosa, y por supuesto, se justificó su rol “natural” de madre y vocación de ama de casa.
Históricamente ese “papel” de la mujer trascendió el tema religioso, convirtiéndose en material de interés a nivel político y económico. Los conocimientos de las mujeres para evitar o interrumpir el embarazo por ejemplo, comenzaron a ser vistos como amenazas a la estabilidad económica y social. La mujer entonces fue censurada, rotulada de herejes o brujas y perseguida por ello. Era necesaria la producción de población para mantener el sistema mercantil, especialmente tras acontecimientos epidémicos como “la peste negra”. Por este tipo de situaciones, la mujer comenzó a tener un lugar pasivo en la decisión de concepción, procreación y parto, dando paso a un nuevo tipo de mujer que se encontraba bajo constante escrutinio público que legitimó su inferioridad y “necesidad” de estar bajo el control masculino. Aquellas que no podían ser enmarcadas bajo estos controles no solo fueron perseguidas, sino que además tuvieron que hacer uso de objetos que dominaran -casi que corrigieran- el cuerpo, como por ejemplo, el bozal para las “regañonas”.
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En el caso del arte, la mujer y su cuerpo ha sido retratado a través de la historia en su mayoría por hombres. Desnudas con sus cuerpos curvilíneos y en posiciones seductoras, han hecho olvidar que también hubo mujeres artistas y no solo modelos para artistas.
La denuncia del lugar de la mujer ha sido necesaria para lograr poner en evidencia esa invisibilización. Algunas, como Liliana Maresca (Buenos Aires, 1951-1994), una artista argentina que desarrolló su obra entre los 80´s y 90´s (época en la que finalizó la dictadura), sentó una voz de protesta a través de un fotoperformance donde puso su cuerpo desnudo en composición con prótesis que daban una imagen de disonancia y disrupción.
En una serie de seis fotografías sin título tomadas en 1983 por Marcos López, Maresca se muestra completamente desnuda haciendo uso de diferentes prótesis en una crítica al uso del cuerpo femenino como un objeto sexual. La artista en esta propuesta, utiliza esos objetos “correctivos” que en algún momento de la historia sirvieron a la domesticación y normalización del cuerpo femenino para hablar de la coerción de la mujer. Piezas de tamaño exagerado que hacen un llamado de atención al rol de la mujer como reproductora y hace alusión a ese cuerpo que causaba pensamientos pecaminosos en los hombres. En pocas palabras, una mujer con control de lo que siente, piensa y dice representada por Maresca como una mujer callada, inexpresiva, que no se deja llevar por las pasiones; una mujer reducida a un cuerpo casi inerte.
En el caso de esta obra hay una denuncia de la condición femenina como objeto, así como una acción liberadora con voz de protesta. El crítico de arte Halim Badawi y el curador Fernando Davis comentan de esta pieza que:
El conjunto de fotografías retrata a Maresca desnuda, con los objetos delante o sobre su cuerpo, en una serie de inquietantes poses en las que el objeto opera como una suerte de prótesis que oscila entre la corrección normalizadora del cuerpo y su mutación poshumana. En un sentido, es posible pensar estos objetos de Maresca como tecnologías de producción sexopolítica del cuerpo de la mujer, dispositivos de disciplinamiento (de sexuación y generización del cuerpo), corsés o tecnologías prostéticas, destinados a la corrección y normalización del cuerpo
Pensar en el cuerpo, las prótesis y la propia artista, todo como un conjunto, da la imagen de un cyborg, un posthumano como lo llaman Badawi y Davis, que busca, de alguna manera, romper con la imagen idealizada del cuerpo perfecto de la mujer y la función que le ha sido naturalizada, poniendo sobre el escenario las tensiones políticas que dan cuenta de las dominaciones y su lugar.
En un intento por ir más allá de las dicotomías tradicionales y las categorías históricamente establecidas y naturalizadas -raza, género, identidad, clase, etc.- puede pensarse el trabajo de Liliana Maresca como un interés por [de]-[re] construir el cuerpo de la mujer y a ella misma, yendo más allá de lo impuesto como categoría, producto de discursos falogocéntricos. La construcción de la imagen de un cuerpo que busca subvertir la relación de lo que es considerado natural y socio-cultural, y mostrar una nueva mujer que hace, tiene agencia, es colectiva, enuncia y denuncia. Una mujer que a partir del uso de máquinas y otras herramientas como la imagen, pretende establecer relaciones sociales que produzcan nuevos lenguajes y códigos, para llegar a nuevos lugares y nuevos sujetos.
En marzo se habla del día de la mujer y se extiende al mes de la mujer cuando la mujer debería ser siempre.